Corría el año 1996 cuando me estrené como profesor de informática básica en una academia de Granollers. El temario contenía: Windows 3.1 (el predecesor de Windows 95), Microsoft Office (Word, Excel y Access de la época) y… ¡MS-DOS!
El MS-DOS era el sistema operativo más popular de los primeros PC. No tenía interfaz gráfica, sólo aparecía texto y no necesitaba ratón. Para poder utilizar este sistema tan poco intuitivo, el usuario debía conocer una serie de comandos que debía escribir para ejecutar tareas básicas como: listar una carpeta (o directorio, como se llamaba entonces), copiar, mover o eliminar archivos, ajustar la fecha del sistema, etc.
La cuestión es que los responsables de la academia me pasaron el temario y me dijeron que tenía que empezar ni más ni menos que con el tema de MS-DOS.
Imaginad la situación por un momento: año 96, unas quince personas con ganas de aprender a usar los ordenadores se apuntan a un curso de informática básica. Llega el primer día y el profesor empieza a explicar una serie de órdenes extrañas que hay que teclear y que aparecen en una pantalla con fondo negro. Los alumnos aún no han asimilado el concepto de fichero o carpeta y ya les están agobiando con comandos raros que no tienen ningún sentido para ellos.
Ese primer día, empecé con una introducción básica a la informática, expliqué algunos conceptos y enseguida pasé a listar una serie de comandos de MS-DOS, explicando para qué servía cada uno. A medida que iba avanzando la clase me fijé que todos mis alumnos tenían la misma expresión: caras de póquer. Sus rostros serios e inexpresivos intentaban disimular sin éxito que no entendían nada de lo que les estaba mostrando. Nadie decía nada, nadie preguntaba.
Fue la primera vez que me di cuenta con una dolorosa clarividencia de que nadie me estaba entendiendo. Me resultó chocante porque yo me había preparado a conciencia esa primera sesión. ¿Cómo era posible que nadie me siguiera?
Al cabo de poco comprendí que empezar con MS-DOS un curso de informática básica al que asistían personas que no habían tocado un ordenador en su vida, no era un planteamiento muy acertado.
Tanto la academia como yo dimos por sentado que empezar el curso con MS-DOS era una buena idea. Nosotros dominábamos ese sistema operativo. Además, apareció antes que Windows, y por una lógica que nos parecía aplastante creíamos que teníamos que enseñarlo en el mismo orden cronológico.
En esa primera clase cometí dos graves errores:
- Sufrí la maldición del conocimiento (cuanto más sabes, peor te explicas).
- No me puse en la piel de los alumnos (no cambié el punto de vista).
En definitiva, no me adapté a «la audiencia». Lo ideal hubiera sido empezar directamente con un sistema operativo gráfico como Windows, usando el ratón y familiarizando a los alumnos con los conceptos básicos. Posteriormente, si hubiera detectado que les podía ser útil y que lo entenderían, podría haber introducido el MS-DOS.
Desde entonces estoy siempre muy pendiente de las caras que ponen los alumnos a los que doy clase. Si veo muchas caras de póquer es mala señal. Entonces les digo «tenéis casi todos cara de póquer, creo que no os ha quedado claro» y vuelvo a empezar, pongo otros ejemplos o hago lo que crea oportuno.
Probablemente en una presentación no podemos ser tan directos con la audiencia, pero si detectamos las fatídicas caras de póquer, como mínimo tenemos que ser capaces de detectarlas y de analizar posteriormente los motivos de esa situación para poder evitar que ocurra en otra ocasión.
Créditos:
- Fotografía de póquer de reyes de hippie.
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