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Hace un mes di una de mis habituales charlas para alumnos de bachillerato titulada «Consejos para presentar el trabajo de investigación«.

Todas mis charlas anteriores para este colectivo seguían un patrón similar: una estructura sólida y un archivo PowerPoint que me servía de apoyo visual durante toda mi exposición. Normalmente usaba entre cien y ciento veinte diapositivas por presentación, con una duración total entre 45 y 60 minutos. Al ser diapositivas simples y fáciles de procesar, me detenía poco tiempo en cada una, agilizando en cierto modo mi exposición.

Uno de los aspectos que sabía que tenía que mejorar era que daba mucha información. Aunque esa información estuviera estructurada y tuviera relación, el número de diapositivas y de conceptos que transmitía eran excesivos en algunos casos.

Así que poco a poco me fui aplicando la máxima de quitar partes más irrelevantes. Sin embargo, seguía usando PowerPoint desde el primer hasta el último segundo de mis charlas.

En la charla que hice el mes pasado decidí llevar a cabo un planteamiento distinto: contaría tres historias y tres citas para concluir cada historia. Las diapositivas de PowerPoint ya no serían las protagonistas, ahora las estrellas de la función serían las historias.

Así que mi charla tuvo tres partes y empecé cada una con una historia que luego me permitía introducir alguno de los puntos que quería mostrar. Sólo utilicé 25 diapositivas con información y otras tres o cuatro con el fondo negro, precisamente para los momentos en los que no necesitaba ese soporte visual. La duración total de la exposición fue de 40 minutos.

Mi sensación durante y después de la charla fue que esta vez tenía más «enganchados» a los alumnos que en otras ocasiones. Anteriormente, el porcentaje de alumnos que superaba totalmente la Muerte por PowerPoint era más bajo de lo deseable, algunos captaban muy bien mi mensaje, otros reducían algo la cantidad de texto y el resto seguían más o menos con la misma dinámica de «diapositivas tocho».

Pero esta vez fue distinto. Me comentó uno de los profesores que asistió a las presentaciones de los alumnos que todos habían captado el mensaje a la perfección. No abusaron del PowerPoint, no abrumaron con grandes cantidades de texto y supieron sintetizar muy bien sus trabajos. Me felicitaron por haber logrado estos resultados y yo me alegré muchísimo sobre todo porque esta experiencia reforzó mi convicción de que para dejar de ser adictos a PowerPoint  debemos empezar a quitar diapositivas y empezar a añadir historias.

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